PAUSA!
A principios de 2021, un temor se instala entre las élites económicas. Millones de trabajadores empiezan a desertar de sus puestos de trabajo, primero en Estados Unidos, donde las cifras alcanzan los 4 millones de personas al mes, y poco a poco también en Europa. Apodado La Gran Dimisión, el fenómeno se interpreta como un efecto del confinamiento que ha provocado algo inédito en el occidente postindustrial: la interrupción del ritmo productivo. De un día para otro, existe un tiempo para pensar, tomar perspectiva y reevaluar las prioridades. Se libera el espacio mental. Psicólogos y sociólogos consideran que ese excedente de tiempo, esa inmensa e imprevista PAUSA! global, está en el origen del abandono masivo del empleo que afecta indistintamente a trabajadores con salarios altos y a los más precarios. Al parecer, la motivación no son las condiciones económicas sino el desgaste emocional.
La tendencia, que no ha desaparecido del todo, nos dice algo importante sobre el potencial político de la pausa. En estos tiempos de prisas, hiperproductividad y conexión permanente, donde hasta el ocio se ha vuelto eficiente y parece que no existe un reducto de vida que no haya sido conquistado por la rentabilidad, parar –o estar presente de otra forma– se ha convertido en un gesto revolucionario. Ya no basta con el moderado “Preferiría no hacerlo” de Bartleby el escribiente, el diligente oficinista imaginado por Herman Melville a mediados del XIX que deja de ejercer sus tareas con serenidad. Hoy, el deseo de parar se expresa de forma rotunda y se perfila como, tal vez, la única manera de resetear el sistema.
El mundo no puede detenerse
Aunque la digitalización ha traído un cambio de escala, el mito de la productividad nos acompaña desde hace mucho. La arraigada creencia de origen cristiano de que la pereza es un pecado capital no nos ha abandonado. Descartes, Hume o Locke definen al hombre moderno como un hombre siempre ocupado, entregado en permanencia al proyecto civilizatorio del progreso. La vida contemplativa y la lentitud están destinadas a las mujeres y los débiles, ajenos al desarrollo económico e intelectual. Desde entonces hasta hoy, los hiper-productivos son los nuevos héroes, una idea que trasciende el mundo laboral. Como señala Alain Corbin en su Historia del reposo, ese es uno de los cambios entre la época moderna, cuando la productividad estaba circunscrita al trabajo, y la contemporánea, cuando el descanso mismo se ha convertido en una industria. Para Corbin esto coincide con un cambio en el significado social del reposo, que ha sido progresivamente sustituido por el mercado del relax y el entretenimiento. Parar ya no es no hacer nada, es cambiar unas actividades por otras.
La sobrecarga es general. Tanto el trabajo como las relaciones personales o el llamado “tiempo libre” –que no lo es–, está sometido a una lógica de eficiencia y debe efectuarse en modo multitarea y de forma acelerada. Hacer mucho, a la vez y muy rápido es la única forma de controlar el FOMO (Fear of Missing Out), el síndrome contemporáneo que expresa el miedo a perdernos lo último, lo que sea, nos interese o no: la serie del mes, el escándalo de la semana, la story del día. No descansamos ni cuando descansamos porque todo lo que hacemos debe tener una finalidad. Escuchamos los audios de nuestros seres queridos a una velocidad acelerada porque no tenemos tiempo para sus silencios ni sus dudas. Queremos llegar a todo pero tenemos la sensación de no llegar a nada.
Paradójicamente, el exceso de actividad anestesia. La sobredosis de estímulos crea un efecto túnel que nos coloca en los raíles de la inercia y nos impide tomar decisiones nuevas. Según la investigadora Brigid Schulte, mientras que el reposo activa las redes neuronales de la creatividad y multiplica la capacidad de respuesta, la falta del mismo disminuye nuestro cociente intelectual hasta 13 puntos, reduciendo el aprendizaje y la concentración. Jonathan Crary, autor de 24/7. Capitalismo tardío y el fin del sueño, recuerda que la privación de descanso impacta en las capacidades físicas y cognitivas pero también provoca una pérdida del sentido de identidad. Es una forma extrema de desposesión que captura bien el concepto de burnout, término que se usa para describir ese indeterminado malestar contemporáneo y que se traduce literalmente como “quemado”: un tipo de fatiga que no solo es corporal sino psíquica. Por eso no sorprendió cuando el CEO de Netflix dijo que su principal competidor no son las otras plataformas sino el sueño de los usuarios. Puesto que no hay nada peor para los negocios que las franjas económicamente muertas, el consumidor perfecto es aquel que no descansa.
Sobre-estimulados por diseño
Si en un extremo de la cadena está el usuario insomne, explotado hasta en sus horas de sueño, en el otro está el nuevo modelo productivo, característico del capitalismo informacional, que es la economía de la atención. No solo estamos “tristes por diseño”, como afirma el teórico de los media Geert Lovink refiriéndose a la depresión que provocan las redes sociales. También nos estamos convirtiendo en criaturas hiperproductivas a consecuencia del diseño tecnológico. La cultura del 24/7, de la disponibilidad permanente 24 horas al día y 7 días a la semana, es una feature del sistema, una infraestructura socio-técnica en la que desconectar se ha vuelto imposible. Es lo que esconde el modo sleep de los dispositivos: podemos apagarlos un poco pero no del todo. Existe el modo sleep porque el modo off ya no es una opción.
Las redes sociales y en general todas las apps de nueva generación están pensadas para incentivar comportamientos compulsivos explotando la adicción del cerebro a la dopamina, la hormona responsable de la sensación de bienestar. El mecanismo, que se aplica en las máquinas tragaperras y en todos los entornos de gamificación, consiste diseñar un sistema que genera estímulos positivos de manera aleatoria (un like, un comentario, un premio) ya que el cerebro se engancha a chequearlo continuamente. Es un diseño técnico que produce el efecto psicológico de no dejarnos desconectar. Estamos narcotizados pero, incluso en ese estado –o precisamente porque estamos así–, seguimos siendo productivos y rentables. Más aún.
Sabemos que el control de la producción es una cuestión política. La historia de los derechos laborales puede ser leída como una batalla por la regulación de los tiempos de trabajo y reposo: la jornada de ocho horas, el descanso dominical o, en la actualidad, la batalla por la semana laboral de cuatro días. Andreu Belsunces habla de “cronopolítica” para contar cómo nos fuimos poniendo de acuerdo en torno al uso del tiempo, en escalas cada vez más grandes, desde los relojes en los campanarios, visibles para toda la comunidad, hasta el reloj personal y el móvil, de uso individualizado. La última etapa son los satélites GPS, responsables de la gigantesca malla planetaria que sincroniza móviles, computadoras, tráfico aéreo y vial, servidores y centros de datos. Esta sincronización extrema crea un tiempo global compartido entre todos los entes conectados –seres humanos, infraestructuras y aplicaciones informáticas– unidos en una red de procesamiento ultraveloz.
Si percibimos que el tiempo se ha acelerado es por eso. Porque nuestros cuerpos, con sus pobres ritmos fisiológicos, están insertos en ese inmenso sistema computacional, una red-reloj inhumana en el sentido más literal de la palabra. O, dicho de otra manera: la sensación de que el tiempo se nos escapa de las manos es real porque, aunque podemos idear programas informáticos que funcionen en sub-nanosegundos, no podemos experimentar el tipo de temporalidad que manejan. Un ejemplo cotidiano de este choque de tiempos es el de las inteligencias artificiales de asistencia personal que, para parecer menos máquinas, están programadas para ser más lentas de lo que realmente son. Si Siri o Alexa hablaran a la velocidad que les corresponde, no entenderíamos nada.
Cuando desde Getxophoto 2023 hablamos de PAUSA!, lo hacemos desde este punto de vista. Nos interesa el modo en el que la hiperproductividad se cuela en la vida cotidiana y qué papel juegan las imágenes. Nos interesan las narrativas visuales que expresan tiempos de otras cosmovisiones o espacios improductivos que resisten al interior de nuestro mundo acelerado. Nos interesan los imaginarios alternativos de la ecología profunda según la cual ignoramos nuestros ciclos biológicos de la misma manera que ignoramos los del planeta. Nos interesa el consumo acelerado de información y cómo se traduce a la economía visual. Nos interesa lo el tiempo le hace a la fotografía y lo que la fotografía nos cuenta sobre la experiencia subjetiva del tiempo.
Por eso nuestra PAUSA! no es una celebración del parar sin más, aunque a todas nos vendría bien bajar el ritmo. No se nos escapa que parar en el sentido de, por ejemplo, tomarse unas vacaciones es un derecho, pero es también un privilegio y que la pausa de unos cuerpos suele estar sostenida por la sobrecarga de otros. Tampoco nos interesa el rollo goblin, ese personaje tipo elfo que representa al adulto aniñado, entre irresponsable y deprimido, que pasa el día en el sofá. La pausa a la que hacemos referencia no es sinónimo de pasividad ni mucho menos de desconexión. Implica desconectarse de unas cosas, sí, pero para conectarse mejor con otras. Es un llamamiento a favor de otra forma de estar presente y disponible, a favor de otra calidad de atención. Porque, como dice la filósofa Remedios Zafra, tendemos a pensar que no perder el tiempo supone llenar nuestra vida de cosas, pero quizás sea esa la mejor manera de perderlo.
BIBLIOGRAFÍA

Herman Melville, Bartleby, el escribiente, Austral, 2012 [1853]
Tung-Hui Hu, Digital Lethargy. Dispatches from an age of disconnection, MIT Press, 2022
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Liv Strömquist, No siento nada, Reservoir Books, 2021
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Juan Evaristo Valls Boix, Metafísica de la pereza, Ned, 2022
Azahara Alonso, Gozo, Siruela, 2023
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María Ptqk
Nacida en Bilbao en 1976, María Ptqk es doctora en investigación artística por la UPV-EHU, licenciada en Derecho y graduada en Ciencias Económicas, DEA en Derecho Internacional Público en Paris II – Sorbonne y Derecho de la Cultura en la Uned – Carlos III de Madrid, y con una maestría en Gestión cultural en la Universidad de Barcelona. Trabaja en las intersecciones entre arte, tecnociencia y feminismos y forma parte del grupo asesor de la editorial consonni. Ha trabajado, entre otros, con Medialab Prado (Madrid), Azkuna Zentroa (Bilbao), Fundación Daniel y Nina Carasso, CCCB (Barcelona), Jeu de Paume (París), La Gaité Lyrique (París), GenderArtNet (European Cultural Foundation) o LABoral (Gijón). Entre las exposiciones que ha comisariado se encuentran Soft Power (Proyecto Amarika Proiektua, 2009), A propósito del Chthuluceno y sus especies compañeras (Espace virtuel du Jeu de Paume, París, 2017), Reset Mar Menor. Laboratorio de imaginarios para un paisaje en crisis (CCC Valencia, 2020), Ciencia fricción. Vida entre especies compañeras (CCCB Barcelona, 2021 – Finalista de los Premios de la Asociaciò Catalana de Crítica d´Art y Azkuna Zentroa, Bilbao, 2022) y Extinción Remota Detectada (LABoral, Gijón, 2022).